Sábado Santo.
Ante las manifestaciones de fervor y tradición religiosa que actualmente llenan nuestras iglesias con los actos litúrgicos y nuestras calles con procesiones, no cabe sino el plantear una serie de interrogantes a propósito de dilucidar hacia dónde avanza la sociedad actual en un futuro no muy lejano.
Ciertamente, aunque los actos procesionales de estos días están colmados de público, convendría preguntar cuántos de los que están ahí, escuchando saetas, viendo penitentes y admirando movimientos inverosímiles de palios de 4 toneladas, asisten regularmente a La Iglesia. La mayoría respondería que no lo hacen. Se advierte un error de concepto grave en estos casos. ¿Cómo pueden llorar y rezar ante imágenes de madera en los que no está Dios presente y no acercarse al sagrario dónde es dogma de fe la presencia real de Dios en la tierra?
No hay duda de que la sociedad avanza a pasos agigantados hacia el laicismo y prevalece el folclore a la práctica religiosa. La media de edad de los asistentes a misa es de 70 años y cuando ellos nos hayan dejado, la continuidad de los jóvenes no está ni mucho menos asegurada. La misma situación se da en los seminarios dónde el relevo generacional de presbíteros no se encuentra cubierto ni en su mínima expresión.
Independientemente de creyentes o no creyentes, La Iglesia, haciendose eco y portavoz de las palabras de Cristo, transmite una serie de valores humanos basados en el amor y respeto mutuo entre las personas que son del todo punto incuestionables. Valores que hacen a las personas querer ser mejores, más honradas y comprometidas y que cada vez escasean más en nuestra sociedad.
Estamos hastiados ya de políticos corruptos, ladrones, pederastas, violadores, asesinos, terroristas...La falta de integridad de la que adolecemos comienza en las personalidades de las más altas instancias del país y desciende por mimetismo, a todos los segmentos de la sociedad. Estamos paupérrimos en valores.
A lo explicado anteriormente, se le suman otros condicionantes; Uno de ellos es que la sociedad española se muere. Dentro de pocos años la mayor parte de la población será anciana, y con ellos se irá la fuente principal que atesoraba la educación y respeto por las personas y que de generación en generación ha pasado de abuelos a nietos. Además se pone en peligro nuestro estado de bienestar basado en gran parte en la sanidad y en las pensiones de jubilación. La perspectiva de cambio generacional tampoco es muy halagüeña puesto que gran parte de los nacimientos que se producen, bien por comodidad paterna, bien por precaria situación económica y laboral, son de hijos únicos, instruidos como pequeños emperadores del corte Tito Flavio Domiciano, cuya educación, debido la falta de compañía fraterna, se basa en recibir todo tipo de afectos y regalos materiales, dejando a un lado lo más importante, el inculcarles valores humanos. De ahí el auge de programas tipo "hermano mayor", en el que aparecen auténticos tiranos infantiles sin ningún tipo de empatía por sus semejantes y en el que el cometido del hermano mayor es precisamente inculcar los valores que los padres no han sabido, o no han podido transmitirles.
Todo ello, sumado a las revueltas mundiales por la crisis económica, me hace preguntarme si avanzamos hacia una revolución, una evolución o una auténtica involución social en la que cualquier parecido con algún resto de humanidad, será pura coincidencia.
De nosotros, los padres del presente depende la educación de nuestros hijos y su desarrrollo personal en el futuro, y por ende, la construcción de una sociedad dónde predominen los bienes que no se pueden comprar con dinero. Piensen en ello.
Tengan ustedes muy buenos días.